Marx dejó cosas bien atadas, otras a medias y algunas en el tintero. Sabemos que había previsto coronar su obra con un libro sobre el mercado mundial, el estado, la competencia y las crisis, pero no pudo escribirlo. Por descontado, es imposible que cualquier otra persona desvele ahora lo que Marx hubiera dicho. Lo que sí sabemos es que para él, la cuestión de las crisis era crucial. En el Manifiesto Comunista, por ejemplo, se le pone mucho énfasis. Por otra parte, en El Capital, Marx estudia las leyes propias de la producción capitalista, lo que da pistas sobre los rasgos de las crisis bajo esta forma particular de producción que domina en nuestros días.
En vida de Marx estallaron varias crisis con distinta amplitud e intensidad y les prestó atención. El libro tercero de El Capital, por ejemplo, contiene observaciones dispersas sobre el crédito, el mercado monetario, la banca, la moneda, los tipos de interés, los especuladores, los rentistas y también sobre las crisis. Una de ellas se refiere a “la crisis algodonera de 1861-1865”, de la que hace un análisis fascinante. El redactado se ubica en la parte final del capítulo VI que trata del impacto de los vaivenes en los precios de los materiales sobre la tasa de ganancia y sobre la conducta de los capitalistas. Marx la incorpora con intención de ilustrar la parte teórica del capítulo, a través del análisis histórico.
Este capítulo VI del libro Tercero tiene actualidad. Desde principios de año, los precios del mineral de hierro, el acero, el cobre y otras materias primas y auxiliares han continuado la tendencia al alza del año pasado. Algunos han llegado a unos máximos no vistos en la última década. Los tambores de guerra que ahora resuenan, pueden tener efectos sobre el precio de la energía, obligando a Europa a comprar gas a EE.UU con un precio por encima al que lo ofrece una Rusia a la que se quiere castigar. Se dice que hay escasez de metales, plásticos, madera e incluso de juguetes. La escasez se acompaña de aumentos de precios, que alimentan los temores de una oleada de inflación sostenida. ¿Puede esto ocasionar una crisis?
Con frecuencia, la explicación oficial asocia las crisis a incrementos de precios y a guerras. Desde este punto de vista, habría motivos para inquietarse. Marx, en cambio, en el caso concreto de la crisis del algodón, adopta otro punto de vista y sostiene que los incrementos de precios y la guerra aceleraron la crisis económica, pero no la provocaron. Veamos su relato:
El algodón era la materia prima de una parte importante de la industria británica. Es un producto, que reúne las condiciones de lo que Marx define como «materias primas de origen orgánico».
El algodón crudo, cosechado por los esclavos, se transportaba en barco, desde los estados meridionales de los actuales EE.UU., hasta el puerto de Liverpool. Desde allí iba a las fábricas donde servía como materia prima para tejer la tela. Esta interrelación creaba las bases para que los capitalistas británicos no tuvieran muchas simpatías por la lucha contra la esclavitud en la guerra civil norteamericana de 1861-1865.
Marx comienza el relato antes del bloqueo causado por la Guerra Civil Norteamericana y explica la variedad de factores que confluyen y cómo se relacionan entre ellos. No sólo destacar la manera en que el choque externo ocasionado por la guerra civil de los EE.UU. impacta sobre un ciclo industrial-agrícola ya existente, sino que también hace observaciones sobre la manera en que la clase capitalista actúa como clase para preservar sus intereses clasistas en tiempos de crisis y de cómo ello empeora las condiciones de la clase obrera.
La prensa de la época señaló como entre 1861-65, la industria del algodón estalló por la falta de suministro de algodón crudo, a resultas de la Guerra Civil Norteamericana y del bloqueo de los puertos del Sur por parte del ejército del Norte. Marx no consideró que esta fuera la única causa, ni la principal, de la crisis. La vinculó a la sobreproducción, con su correspondiente incremento de capitales fijos, que había madurado durante los años del boom de 1859-60, o sea, antes de la guerra. De hecho, en los años previos a la crisis, los síntomas de la sobreproducción, de manera puntual, ya se manifestaban, si bien se pudieron paliar. Marx insiste, una vez y otra, en demostrar que la restricción en la materia prima provocada por la guerra, se produjo justo en un momento en que el mercado de productos terminados se había saturado, debido a la poderosa actividad industrial preliminar.
Una vez se inició la penuria de algodón, a consecuencia de la guerra, los precios del algodón aumentaron y los capitalistas y el Estado buscaron nuevos proveedores. Se contempló la posibilidad de expandir los ferrocarriles en la India para transportar materias primas más baratas. La India ya ayudaba a absorber el exceso de producción procedente de Inglaterra. De hecho, se le asignaron las dos grandes funciones que el capitalismo busca en una colonia: 1/absorber el exceso de capital y 2/proporcionar materias primas baratas.
En 1861, se hizo evidente que los fabricantes habían producido en exceso y que se necesitarían varios años para que el mercado absorbiera lo producido. Pero los precios de la materia prima, el algodón en este caso, no bajaron sino que se elevaron debido al bloqueo, como ya hemos explicado. El algodón, por tanto, escaseaba, aunque no de la misma manera para todos: muchas de las empresas más grandes tenían reservas de algodón que se revaloraron evitando la depreciación habitual del capital total que una crisis suele ocasionar. Por el contrario, los pequeños capitalistas, que habían adquirido un peso considerable y que no pudieron almacenar grandes stocks de algodón, fueron los más afectados.
Para neutralizar la escasez de algodón, los fabricantes comenzaron a adulterar sus productos añadiendo otros materiales en el proceso de hilatura. Esto aumentaba el peso de los productos pero mermaba su calidad. Los materiales sustitutivos eran más difíciles de manejar en el proceso de trabajo y se producían más interrupciones. Esto redujo la productividad. También fue pernicioso para la salud de los trabajadores. Las horas de trabajo se redujeron, los salarios comenzaron a caer y estallaron las huelgas.
Se utilizó algodón inferior (proveniente, generalmente de la India) mientras se desaceleraba la producción. El algodón inferior retrasa la producción, por lo que tiene un efecto severo sobre los salarios. Los trabajadores del algodón tenían un sistema de salario por pieza. Eso significaba que cuanto menos producían, menos ganaban. Los salarios se hundieron. A su vez, los trabajadores eran multados si no producían según los mínimos requeridos. Paro y subempleo crecieron. Marx señala que esta drástica devaluación de la fuerza de trabajo acabó siendo un gran obsequio para la clase capitalista.
Durante este tiempo se produjeron vertiginosas mejoras en maquinaria que ayudaron a cambiar la estructura de la industria del algodón, facilitando la concentración en fábricas más grandes, con un número menor de capitalistas y proporcionalmente con menos operarios. Marx ya había aportado ejemplos de ello, a partir de los informes de los inspectores de fábricas para el año 1863, para ilustrar la ley general de acumulación de capital, en el libro Primero.
Si las condiciones de trabajo empeoraron, peor fue aún la situación de la masa de trabajadores expulsados de la industria. Los comités de socorro no se establecieron hasta 1862, de modo que al principio los trabajadores sólo podrían recurrir a sus propios recursos o a la odiada Ley del pobre. Sus ahorros habían menguado con las luchas salariales anteriores. Los almacenes de las sociedades cooperativas se redujeron y a la vez sus ventas cayeron drásticamente. Sus pobres recursos se agotaron. A muchos trabajadores no les quedó otra que mendigar. Otros prefirieron ponerse a disposición de los odiados tutores de la ley del pobre, que sólo daba ayudas tras una severa investigación sobre los medios económicos del solicitante, su vida privada y su conducta en el pasado. En general se pedía «probar», que el parado estaba dispuesto a aceptar trabajos más duros y degradantes de los que realizaba antes y si los rechazaba, se lo consideraba responsable de su pauperización.
En 1863 se aprobó una Ley de la Obra Pública. Puso a disposición 1.200.000 libras (ampliándose posteriormente hasta los 1.850.000 libras) para entregarlas a las autoridades locales que realizaran obras de utilidad pública y mejoras sanitarias dentro de las áreas de la industria del algodón. Para estas obras se utilizaron trabajadores con salarios míseros. En muchas áreas, el dinero destinado terminó beneficiando a la clase capitalista que pudo realizar las mejoras públicas con un coste inferior al normal.
A mediados de 1864, cuando pasó lo peor de la crisis, aparecieron quejas patronales por la falta de trabajadores en algunas especialidades. Como los salarios no mejoraron, las huelgas reaparecieron. La protección pública empezaba a garantizar un poco de seguridad. Esto reanimó a los burgueses para protestar, reclamando que se derogara la Ley de Obras Públicas y lo lograron.
Aunque la clase capitalista buscaba los mercados libres y el comercio global para conseguir que el suministro de algodón volviese a la normalidad y para la absorción de los excedentes de productos terminados, no defendieron la movilidad de los trabajadores. Se opusieron a cualquier intento de permitir su emigración de los distritos de fábrica de algodón a otros donde hubiera más demanda de fuerza de trabajo.
El relato de Marx acaba repentinamente, con unas breves referencias a la cuestión de la vivienda. A medida que avanzaba la crisis, muchas casas quedaban deshabitadas y a muchos inquilinos no les llegaba el dinero para pagar el alquiler. Vinieron los desahucios.
Como Marx explica en otro lugar, la situación terrible a la que se vio abocada la clase obrera, no hizo disminuir sus simpatías por los nordistas. Marx sostuvo que apoyar a los que luchaban contra la esclavitud, fueran o no burgueses, era imprescindible para que la clase obrera asumiera su papel emancipatorio. La resistencia de la clase obrera de Inglaterra alejándose de la insensata campaña que venía a reclamar que se debía a proteger Europa, con una cruzada para favorecer la perpetuación y prolongación de la esclavitud al otro lado del Atlántico, salvó la dignidad de las personas que vivían en las naciones capitalistas del viejo continente. Aún así, la conducta de la clase obrera durante la crisis, estuvo lejos de lo que podríamos considerar como una conducta revolucionaria. Como se dice al final del capítulo, muchos de los obreros más bien se comportaron como borregos.
Supongo que lo que explica Marx, le suena. ¿O no? Casi todo lo que desgrana, tiene actualidad. Cuando estalló la crisis del 70 del siglo pasado, se la quiso reducir a la subida de los precios del petróleo y todavía lo hacen muchos historiadores. Algunos también han pretendido explicar la primera crisis del siglo XXI, fijándose sólo en la burbuja inmobiliaria o en la conducta de las finanzas. Pero los problemas causados por estas fluctuaciones en los precios de las materias primas o en la vivienda, forman parte de procesos mucho más profundos de la acumulación capitalista.
La manera en que actuó la clase capitalista durante la crisis del algodón, es casi la misma con la que actúa la clase capitalista de nuestros días cuando hay situaciones de crisis o cuando se crean las condiciones para que la crisis reaparezca. También es la misma durante los periodos de recuperación. Lo mismo pasa con la actuación del Estado que, de una manera u otra, se preocupa de garantizar que el proceso de acumulación de capital se reanude y que la dominación de clase se perpetúe.
Marx analizo las crisis del siglo XIX y escribió en el siglo XIX, como a muchos les gusta señalar y esto es obvio. Su explicación sobre la crisis del algodón, no deja de ser una pequeño granito de arena, dentro de una obra amplia y profunda, que ocupa todo un arenal. ¿Creen ustedes que, incluso limitándonos a este pequeño relato histórico, esta obra sólo sirve para el siglo XIX y que ha perdido actualidad?